Hace como 30 años, quizá alguno más, muchos grupos de niños y niñas nos bañábamos en esta balsa de riego. “La balsa triangular” la llamábamos. El chapuzón venía justo después de pasar un largo rato enviscándonos hasta las cejas en unas balsas de lodo de corte y pulido de mármol de una empresa adyacente. A las “arenas movedizas”, decíamos que íbamos, a ver quien era más valiente (o insensato, según se mire) y se adentraba más en las balsas de lodos de mármol. Después, con bambos y ropa incluida, nos zambullíamos en la “balsa triangular” para intentar limpiar el lodo de nuestro cuerpo y ropa, con la esperanza de que tras el secado al sol no quedase rastro ninguno que revelase a nuestros padres aquel juego, digamos, no muy seguro.
Han pasado muchos años. La zona, antes repleta de árboles frutales, es ahora un secarral. Y la balsa en la que nos limpiábamos y refrescábamos, sirve de papelera donde otros jóvenes ahora arrojan latas vacías y demás basura. Caminando hoy por este lugar la nostalgia es inevitable.
Es curioso cómo nuestro cerebro procesa ciertos recuerdos. Recuerdos de vivencias que hoy percibimos como únicas, maravillosas e irrepetibles, y que dan lugar a la sensación de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Desde luego no creo que esto sea cierto en lineas generales, sino que tendemos a idealizar los buenos momentos del pasado, quedando como recuerdos que provocan un anhelo motivado por el hecho de que sabemos que esas vivencias no podrán volver a ser vividas. Pero el presente tiene sin duda también vivencias únicas, maravillosas e irrepetibles, solo que son presente y aún no pasado.
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